Mi niñez fue muy difícil, limitante y triste, porque muy pequeña, siendo la mayor de 2 hermanos, mi papá se fue de la casa y para siempre, porque en muchas ocasiones lo había hecho pero cada vez volvía.

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Esta situación provocó una serie de dificultades, en primer lugar el gran dolor y desilusión que mi mamá y nosotros sentíamos, después de esto mi mamá tuvo que trabajar día y noche para llevar el sustento a la casa y también para nuestros estudios, esto causó que como hermana mayor debía hacerme cargo de mis dos hermanos menores, de los quehaceres de la casa y de mis estudios. Esto me arrebató toda mi niñez y me hizo madurar muy rápido. Nunca caí en alcohol, drogas, fiestas, ni anduve con hombres, porque siempre Dios me guardó de las cosas de este mundo.

En el año 1997 invitaron a mi familia a ir a una iglesia que quedaba cerca de donde vivíamos, empecé a ir a los cultos de jóvenes y en un campamento en mayo de 1998 entregué mi vida por completo a Cristo. Desde allí entendí el sentido que tenía mi vida en las manos de Dios.

Durante ese tiempo Dios me dio la oportunidad de servirle en diversas áreas dentro y fuera de la iglesia.

En el año 2000, la líder de jóvenes de la iglesia participó de una experiencia transcultural con un labgrupo indígena de Costa Rica, los Cabécar, fue en ese momento que escuché por primera vez la palabra ‘misiones’, y esa palabra empezó a retumbar en mi cabeza pero no conocía totalmente su significado hasta que una muy buena amiga me explicó algunas cosas. Luego esta líder me explicó más acerca de lo que había en el corazón de Dios en cuanto a las misiones, y eso hizo que se moviera una espinita que había en mi corazón. Después escuché a un miembro de Fedemec hablando de misiones y eso transformó mi vida para siempre, un año después entré a CCEMTRA, el centro de capacitación de Fedemec, y llevé los cursos que ofrecían, aquí empecé a entender el propósito por el cual Dios me había creado y me separó para Él.

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